viernes, 16 de abril de 2021

LA SIRENA DEL BOSQUE

Ciro Alegría


El árbol llamado lupuna, uno de los más originalmente hermosos de la selva amazónica, “tiene madre”.
Los indios selváticos dicen así del árbol al que creen poseído por un espíritu o habitado por un ser viviente. 
Disfrutan de tal privilegio los árboles bellos o raros.
La lupuna es uno de los más altos del bosque amazónico, tiene un ramaje gallardo y su tallo, de color gris plomizo, está guarnecido en la parte inferior por una especie de aletas triangulares.


La lupuna despierta interés a primera vista y en conjunto, al contemplarlo, produce una sensación de extraña belleza. Como “tiene madre”, los indios no cortan la lupuna. Las hachas y machetes de la tala abatirán porciones de bosque para levantar aldeas, o limpiar campos de siembra de yuca y plátanos, o abrir caminos. La lupuna quedará señoreando. Sobresaldrá en el bosque por su altura y particular conformación. Se hace ver. Para los indios cocamas, la “madre” de la lupuna, el ser que habita dicho árbol, es una mujer blanca, rubia y singularmente hermosa.

En las noches de luna, ella sube por el corazón del árbol hasta lo alto de la copa, sale a dejarse iluminar por la luz esplendente, y canta. Sobre el océano vegetal que forman las copas de los árboles, la hermosa dama derrama su voz clara y alta, singularmente melodiosa, llenando la solemne amplitud de la selva.

Los hombres y animales que la escuchan, quedan como hechizados. El mismo bosque parece como aquietar sus ramas para oírla.

Los viejos cocamas previenen a los mozos contra el embrujo de tal voz. Quien la escuche, no debe ir hacia la mujer que la entona, porque no regresará nunca. Unos dicen que muere esperando alcanzar a la hermosa y otros que ella lo convierte en árbol.

Cualquiera que fuese su destino, ningún joven cocama que siguió a la voz fascinante, soñando con ganar a la bella, regresó jamás.

Es aquella mujer, que sale de la lupuna, la sirena del bosque. Lo mejor que puede hacerse es escuchar con recogimiento, en alguna noche de luna, su hermoso canto próximo y distante.







 

LA CAJA DE PANDORA


David Efraín Misari Torpoco



Zeus y el resto de los dioses vivían en el monte Olimpo. En la tierra el titán Prometeo creó la raza humana a la que dotó de conocimientos y le enseñó a respetar a los dioses. A Zeus le gustó mucho lo que había hecho Prometeo y quiso darle un premio. Ordenó al Dios Hefesto que creara la primera mujer de la tierra para regalársela a Prometeo. 


Hefesto modeló con arcilla una bellísima mujer que llamó Pandora. La belleza de Pandora

impresionó a todos los dioses del Olimpo y cada dios le fue concediendo una cosa. Atenea la dotó de sabiduría, Hermes de elocuencia y Apolo de dotes para la música. 

El don de Zeus consistió en una hermosa caja, que se suponía contenía tesoros para Prometeo, pero le dijo a Pandora que la caja no podía abrirse bajo ningún concepto, lo que Pandora prometió a pesar de su curiosidad. Pandora y su caja fueron ofrecidos a Prometeo, pero este no se fiaba de Zeus y no quiso aceptar los regalos. 

miércoles, 14 de abril de 2021

 

VINIERON TODOS JUNTOS EN UN BARCO

Testimonio de Juan Yara y Margarita Higa

 


Sakura Maru

Yo he nacido acá, en San Agustín. Mis padres, en cambio, sí son de Japón, ellos vinieron al Perú allá por el año 1925. Primero llegaron a Cañete y de ahí ya se vinieron para acá después de dos años. Cuando ellos vinieron ya estaban aquí algunos negros y criollos, también había chinos, pero en muy poca cantidad.

Lo que nuestros padres nos han contado es que ellos se vinieron todos juntos en un barco y la travesía duraba de cien a ciento veinte días, vinieron algo así como escapándose de la pobreza. Vinieron acá, su mira era regresar algún tiempo después a su tierra, pero ya la situación económica no daba para ello. Inclusive ellos fueron formando parejas acá, fueron aumentando las familias y, así, cada vez era más difícil regresar; por eso que la mayoría de los que se han venido con esa idea de regresar no han podido hacerlo. También allá, en Japón, había pobreza, la situación estaba mala y como ellos lo que sabían era el trabajo de agricultura, entonces, al llegar acá buscaron terreno para dedicarse a eso. Llegaban como contratados, y los hacendados de distintos sitios, a todos estos personales, no los llamaban por sus apellidos porque era muy difícil decirlos. Ellos les ponían un número a cada uno, entonces a uno le decían 50, a otro 100 y, así, hasta ahora último, después de la Segunda Guerra Mundial, los japoneses fueron llamados en esta forma.

 

EL PODER DE LA INFANCIA

1912

LEÓN TOLSTÓI

(ruso)






¡Que lo maten! ¡Que lo fusilen! ¡Que fusilen inmediatamente a ese canalla...! ¡Que lo maten! ¡Que corten el cuello a ese criminal! ¡Que lo maten, que lo maten...! —gritaba una multitud de hombres y mujeres, que conducía, maniatado, a un hombre alto y erguido. Este avanzaba con paso firme y con la cabeza alta. Su hermoso rostro viril expresaba desprecio e ira hacia la gente que lo rodeaba.

Era uno de los que, durante la guerra civil, luchaban del lado de las autoridades. Acababan de prenderlo y lo iban a ejecutar.

«¡Qué le hemos de hacer! El poder no ha de estar siempre en nuestras manos. Ahora lo tienen ellos. Si ha llegado la hora de morir, moriremos. Por lo visto, tiene que ser así», pensaba el hombre; y, encogiéndose de hombros, sonreía, fríamente, en respuesta a los gritos de la multitud.

LA SIRENA DEL BOSQUE Ciro Alegría El árbol llamado lupuna, uno de los más originalmente hermosos de la selva amazónica, “tiene madre”. Los i...